El inicio de un nuevo legado // Priv. River

De vez en cuando, por ocio más que por alguna otra razón, daba grandes y certeras mascadas al tronco de un árbol y si era demasiado grande para derribarlo volvía dos, tres, o las veces que fueran necesarias hasta conseguirlo; el pequeño trozo de madera que tenía en la diestra pertenecía a un cedro y parecía insignificante a comparación del lugar de donde lo obtuvo. La mejor madera para tallar estaba en el corazón de un árbol y tomaba tiempo prepararlo, la humedad del bosque era el enemigo principal y si bien se había ayudado con magia para el proceso de secado… aquel seguía siendo sólo un cubo que no terminaba por decirle en que deseaba convertirse.

Tenía mucha más madera, habría varias oportunidades de corregir los errores si se equivocaba, pero por alguna razón sabía que sólo haría eso una vez.

Así que podía esperar.

Alargó la diestra hacia el cajón junto a la cama y dejó ahí la pieza mientras la pequeña hada que le seguía desde la clase de estudios muggles revoloteaba curiosa; aún se preguntaba si algún día se iría, cosa que empezaba a dudar porque parecía haber hecho amistad con el pompom morado que chillaba cada mañana hasta que entraba a clases. No sabía en qué momento se había hecho de tantos bichos, sumándose a ellas tenía esos dos sapos que también habían sido regalos; lo peor era que ese Clabbet traicionero ni siquiera iluminó su gema cuando llegó la nota a puño y letra de la mestiza.

Gruñó en su fuero interno, obviamente se recordaba lamiendo a la chica y aún tenía ese rasguño en la cara que le recordaba los deseos asesinos de la pelirroja. A otras personas también les habían ocurrido cosas extrañas, así que se convenció de que no le daría más importancia de la debida a ciertas cosas.

E ignorar la nota, bajo ese razonamiento suyo, sería similar a huir…

Y definitivamente él nunca huía.

Se arremangó la camisa mientras se levantaba de la cama, el clima se prestaba para llevar algo más ligero o colorido pero toda época del año y todo tipo de clima era ideal para seguir vistiendo negro; nada ni nadie le haría cambiar esa opinión, aunque de vez en cuanto hiciera excepciones por Dorian o Polly. Dándole una mirada a la habitación pensó en gruñir una advertencia pero esperaba que las criaturas supieran comportarse en su ausencia o asumirán las consecuencias a su regreso.

Con su escasa paciencia y acostumbrado a andar con pasos largos, gradecía sus habilidades de lobo y el poder saltar de una a otra escalera si acaso ésta se encontraba lejos de él; quedarse mirando al vacío, a la espera de que los peldaños regresaran, parecía una tortura aunque no tuviera prisa alguna.

Arrugó la nariz cuando a la distancia distinguió la melena pelirroja, la chica era tan diligente para algunas cosas que en ocasiones le abrumaba…

El olor a comida fue lo segundo que notó y como una bofetada invisible se escuchó a sí mismo, entre los gruñidos y golpes de Mina, aceptando que su comida sí le gustaba. La incomodidad le invadió de la punta de los pies hasta las orejas, como lobo hubiera encrespado el lomo mientras pelaba los dientes con desconfianza, ¿qué demonios estaba a punto de pasar ahí?

—Si tuvieras que transformarte —habló, innecesariamente, porque seguro la chica le había notado ya—, ¿cuánto tiempo tardarías en quitarte esas botas? —cosas curiosas que le pasaban por la mente y que tenía que externar al observarla.

Era un sin sentido quizá, pero de cualquier manera en silencio lo hubiera rumiado un buen rato; lo dejaría pasar obviamente pero en algún otro momento, cuando no pudiera dormir y pensara en todo y nada, la duda regresaría atacándole.

—No es práctico.

Si en algún momento olvidaba que la chica era una Ravenclaw sólo bastaría con hacerle una pregunta para confirmarlo; tenía tres argumentos, el último de ellos iba revestido de ego y a la vez de una verdad… verdad a medias, porque al mirarle de nuevo concluyó que seguramente sólo llegaría al primer peldaño de las alacenas y tendría que ponerse en puntas para el superior; por su parte, incluso con esos zapatos, él todavía tenía que bajar la mirada si buscaba los ojos claros de la chica.  

—No fue exactamente lo que pregunté —hubiera preferido una respuesta en números, ¿tres?, ¿dos minutos? Eso le hubiera hecho afirmar con un leve momento de cabeza, calculando que en ese tiempo tendría que sacar los cordones cuando menos de diez ojales de los veinte que eran—, pero aceptaré tu respuesta…

Y lo haría simplemente porque, la mestiza tenía razón, los zapatos le era útiles al menos para sentirse cómoda.

O al menos así parecía.

—Sé perfectamente que no fue para eso —resopló mientras terminaba de acortar la distancia al llegar a su lado—, aunque en algún momento llegara a importarte mínimamente mi opinión… eso no impediría que hagas lo que se te antoja —podía hacerlo sonar como una cualidad molesta, algo que le irritaba de la chica, pero en realidad era una virtud que era capaz de reconocerle. Hacer lo que estaba bien para uno mismo, muchas veces era más importante que hacer lo esperado por otros.

Pero había algo en esa conversación que empezaba a molestarle, no era el por favor ni mucho menos el mohín o la promesa de que sería de su agrado; tampoco lo era la mención de incluir comida, o el tener que comer bajo la mirada ajena que ahora estaba enterada de que no le era desagradable. Esa cosa importante que Whilemina decía, ¿era la misma de aquella ocasión en la que se habían encontrado en el parque?

-¿Vienes?-

No quería.

Menos cuando tenía que tomar esa mano pequeña que se extendía hacia él…

Era diestro enajenándose del mundo y de las personas, así que le resultaba irritante el no poder hacerlo ahora; pensándolo un poco, ahí se encontraba el problema; Whilemina seguía irritándole como al inicio pero ahora lo hacía por razones diferentes a cuando le conoció. Al final del día, las hierbas pequeñitas siempre se colaban por las grietas de los muros y sobrevivían justo en donde parecía imposible hacerlo.

Ella era molesta y, para mal suyo, le agradaba—. Quita esa cara —le picó la mejilla con el índice aunque el mohín tenía segundos de haberse desvanecido—, se te va a quedar así.

Sinceramente hubiera optado por colocar los dedos sobre su hombro e ignorar descaradamente que pedía su mano pero terminó tomando la ajena porque aunque tuviera dominada la habilidad de aparecerse, y un papel lo confirmara, no sabía a qué lugar se dirigían y seguía confiando tan poco en ese “método” para trasladarse como lo hacía desde el primer día. La idea de terminar sin una extremidad, siendo un lobo, le parecía desgarradora en tantísimos sentidos que prefería no arriesgarse.

—No hagas escándalo por esto —gruñó en amenaza y bloqueó su empatía canina porque no quería sentir a la mestiza cantando victoria.

A lo largo de su vida le habían dicho cosas peores que gruñón insoportable, de hecho eso era incluso amable a comparación de los insultos reales con los que algunas personas podrían llegar a describirle ya fuese por estar realmente en malos términos o sólo por no congeniar y existir en el mismo tiempo y lugar; además, ¿cómo negar lo obvio? Era gruñón, esa esencia estaba impregnada en cada fibra de su ser aunque también hubiera más de sí que no se molestaba en mostrar.

También odiaba aparecerse.

“Parece que al fin estamos de acuerdo en algo” se guardó las palabras mientras se aseguraba, a discreción, de haber llegado en una pieza tras esos segundos de viaje.

Mas cuando el tirón de la aparición estaba a punto de pasar, volvió a sentir la mano pequeña sujetando la suya aunado a ese arrebato brusco que le hizo mover los pies de manera pesada al comienzo porque estaba siguiendo a Whilemina con los ojos puestos sobre su nuca en un intento de entender qué estaba pasando ahí; no había levantado la vista lo suficiente para admirar el lugar cuando llegaron esas preguntas pero su nariz, la que solía mandar primero y en la que tanto confiaba, le anunciaba el estar a campo abierto, cerca del agua, con verdor por doquier y el viento traía consigo ese suave olor a flores de roble.

Justo cuando el aferre de la chica le soltó, mientras ésta se giraba para encararle, fue él quien volvió a sujetarla para acercar el brazo ajeno e inclinarse ligeramente olfateando su muñeca y un poco más abajo en busca de algo… pero el olor, no provenía de ella.

No era su perfume ni la chica en sí.

Así que la liberó, y sólo entonces levantó la vista hacia los alrededores…

Quizá últimamente había pasado mucho tiempo dentro del castillo, rodeado de esos muros grises y de la humedad reinante por doquier pues el cielo azul sobre ellos le resultó excesivamente brillante y los colores exuberantes. Los robles, los pastos altos, las enredaderas que crecían por sobre las paredes, todo parecía hinchado de vida y lo mejor de todo… también lucía bastante ajeno a los cuidados humanos.

Descuido lo llamarían algunos, pero había algo sumamente atrayente en esa libertad que la naturaleza se tomaba cuando nadie la entorpecía.

—El bosque estará lleno de bellotas antes de que empiece el invierno —seguramente octubre sería un mes en donde habría abundancia de ardillas, cerdos salvajes y jabalís que comerían hasta hartarse gracias a los suelos cubiertos de ese fruto. El lago les proveería una fuente constante de agua y bastaría corretear un par de minutos para atrapar alguno—. Nada mal. —concluyó de manera escueta porque no tenía una manera elocuente para describirlo todo, quizá ni era necesario hacerlo.

Si bien Whilemina, apenas minutos atrás, había dicho que su opinión le importaba… sinceramente no tenía sentido que él estuviera ahí sólo para mirar todo y decirle “sí, hermoso, cómpralo”.

Aunque por otra parte…

—¿Los hongos finalmente han invadido toda tu propiedad y necesitas más espacio? —ya sabía que esos bichos serían una plaga, sobre todo si comenzaban a extenderse por los senderos y volvían imposible el paso sin aplastarlos.

De manera inevitable alargó otra mirada por el lugar cuando la chica mencionó que habría flores por doquier en las colinas; las rosas le provocaban alergia pero sólo aquellas que parecían haber sido cultivadas en un invernadero y en ese lugar todo lucía mucho más silvestre…  las rosas, en todo caso, si acaso había, serían más pequeñas y con menos pétalos, tendrían muchos más espinos, y esas no molestarían a su nariz.

Hablar de patos traía consigo el familiar aleteo de las alas cuando éstos escapaban alzando el vuelo y, sumando detalles, también sabía cómo era lanzarse al lago para atrapar un pez siendo lobo…

Se requería paciencia y dedicación, los primeros intentos solían ser sólo dentelladas bajo el agua.

No sonrió ante los recuerdos pero cuando se encontraba en el exterior y rodeado de un bosque, tenía esa imperiosa necesidad de quitarse los zapatos para sentir el suelo y la hierba en los pies; era un hábito que traía de casa y que como era de esperarse… era uno que tuvo que limitar ahora que pasaba tiempo en el castillo y en el Paw. Y así como no se imaginaba trabajando en un sitio como el Ministerio, en pequeñas oficinas o rellanando formularios para trámites grises, tampoco se hacía a la idea de vivir en una ciudad atestada de gente, ruido y contaminación.

-… porque es importante que te guste.

—¿El paisaje? —había dejado de escuchar a la chica en algún punto, ni siquiera notó cuando se acercó. Con la diferencia de estaturas que tenían aunque ahora se encontraba frente a él, no fue hasta que los dedos ajenos le tocaron el ceño que bajo la vista para encontrarse con la mirada ajena. Sus ojos azules, el cabello alborotado, la palidez de esa piel y el rastro de cicatrices que conocía ocultas bajo los bordes de la ropa eran también parte del paisaje.

Y sí, lo que veía, le...

Uhg.

... ¿gustaba?

De hecho, últimamente tenía la imperiosa necesidad de lanzarle un mordisco brusco y rápido porque sentía que si echaban a correr uno detrás del otro probablemente se le escaparía. Le pasaba desde aquella vez en el parque en donde, culpa de la magia desbordada o no, había tenido oportunidad de olfatearle, de lamer y morder con menos tosquedad. Pero el obligarse a aceptar esa fragmentada realidad que nublaba su buen juicio y le incomodaba al punto de quitarle el sueño, haciéndole rondar cerca más roñoso que de costumbre, se resquebrajó cuando Whilemina tomó su mano y dejó algo en ella.

-Este es un regalo de mi parte para vos y para Polly-

¿En qué extraño mundo se había bajado?

Él había dicho que no tenía un hogar…

Era cierto.

… y a ella, eso le dolía y le importaba.

Su diestra, ahora atrapada entre la fría dureza de su propio pecho y la calidez de la mano ajena, le llevaron a sentirse extraño porque no era sólo el tener aquella llave en su poder sino el estar bajo el escrutinio de unos ojos amables y llenos de sinceridad. Le hubiera gustado poder sentirse ofendido o con el orgullo herido, quizá hasta ser capaz de echarle en cara que su “pobreza” se debía a una elección de vida mucho mayor pero a pesar de querer ladrarle algo sólo tragó de manera amarga mientras se liberaba del aferre.

Whilemina era pequeña, si se inclinaba sobre ella sí podía tomar su papel de lobo feroz pero al dar ese paso al frente sólo le sujetó por los hombros y apretó la zona eligiendo las palabras.

—No —soltó sin más y replegó dentro de sí todo cuánto podía decirle.

Un nuevo inicio, un lugar para el futuro…

Y era un regalo.

—Obviamente no —la llave tenía una cinta vieja y larga, probablemente alguien la había llevado atada al cinto balanceándose contra su mulso al andar, pero ahora ese cordón sirvió para que la pasara por la encima de la cabeza pelirroja y la dejara colgando en su pecho—.Quédatela.

Afiló la mirada ante esa sonrisa, conocía la terquedad y el temperamento ajeno así que no podía imaginar que fuese a quedarse callada y a resignarse a la primera; sin embargo, ¿acaso ella tenía la más leve idea de lo que estaba haciendo al entregarle un lugar así sólo porque no tenía un hogar? Seguramente no, ni siquiera se acercaba a entender en sus zapatos cuál era la magnitud real de sus acciones… sólo seguía escuchando en su boca aquel “me importa” y eso removía algo dentro de sí que ardía. Se podía vivir con una espina enterrada en las pata, dolería a cada pisada pero con el tiempo se enterraría y se acoplaría a cojear a tal pudo que retirarla se volvería incluso más doloroso que dejarla ahí. Pero justo en ese instante, eso era lo que estaba ocurriendo.

Era poca la gente que dejaba entrar en su mundo, la contaba con los dedos de una mano y le sobraban, pero la pelirroja se hacía lugar de manera escandalosa y brusca. Tal vez no podía ser de otra manera, los muros se derrumbaban con martillos.

Pero Whilemina era imprudentemente, a la vez que avanzaba estaba poniéndose justo en el camino y podía ser arrollada violentamente.

¿Qué importaba si el lugar le gustaba o no?, simplemente no podía aceptarlo porque sus razones pesaban más que lo perfecto que pudiera ser. Imaginaba lo que costó encontrar algo así y tenía que ahogar ese agradecimiento con su fría lógicas para mantenerse firme y decir que no.

—¿Crees que esto es un regalo? —tiró de sí pero no con la suficiente fuerza como para soltarse de esa mano pequeña que sujetaba la suya—, ¡esto! ¡¿Todo esto?!… —con la zurda, que estaba libre, apuntó hacia lo que había a su espalda como si ese gesto simple pudiera abarcar la extensión completa del terreno más allá de los jardines y de ese muro lleno de maleza fresca—. No me estás dando una chaqueta o un anillo con grabados de lobo, no es comida que pueda arrojar al plato porque no me gusta… ¿no te das cuenta? ¿Crees que lo que realmente quiero es una casa enorme y un bosque entero?—con el índice le dio un golpecito en la frente tratando de que lo que pretendía explicar entrara en esa dura cabeza pero el jalón, al tener de nuevo el cordón de la llave al cuello, le acercó a ella encorvándose al ser la otra tan bajita.

Y aunque él podía estar fulminándole con la mirada por el enojo creciente, no encontró en los ojos azules de Whilemina otra cosa más allá de esa sinceridad inicial.  El enfado, avivado por la confusión que estaba sintiendo, le llevó a empujar a la chica al tiempo que se erguía y el cordón reventaba dejando la llave en la mano ajena.

¿Quería una explicación? Su indignación creció, porque probablemente nunca se entendieran y había momento en que preferiría que alguna vez pudieran llegar a hacerlo.

—Esto no es otra cosa que piedras amontonadas, paredes, puertas, vigas y jardines vastos… son sólo cosas… es… nada—sin pensar, al calor de ese movimiento, le escupió lo que pensaba sin los filtros que normalmente pondría. Para él, no se trataba del qué sino del porqué—, es lo que es y lo que seguirá siendo…—y hubiera querido empujarla un poco más hasta arrojarla al suelo pero ni siquiera le estaba levantando la voz—… y no lo puedo aceptar porque uno sólo le regala un techo a alguien con quién planea tener un hogar.

No le importaba lo noble y desinteresado del gesto, lo que odiaba era que hablara de inicios o de un futuro tan a la ligera y que estuviera dándole a manos llenas algo que era tan valioso para él.  Pocas eran las cosas que le importaban, las que estimaba y luchaba por no perder, la simpleza con la que la mestiza seguía repitiendo que “le importaba” y el saber que lo demostraba cuando le cuidaba la espalda en esos encuentros con criaturas  o el que siempre estaba ahí tendiéndole una mano era…

Gruñó mientras le miraba.

… agradable.  

Pero no sabía lidiar con eso y lo arrancó de sí de un tajo—. Olvídalo —apartó los ojos—, no tienes que entender nada. Ni lo intentes —indignarse ahora no tenían ningún sentido salvo para él mismo.